Lo que éramos - Capítulo 10

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Las dos desayunaron, jugaron un poco con Manchas, y luego salieron a la calle en bicicleta. Ventaba mucho y la lluvia era agresiva, pero Alex confiaba en la palabra de su amiga (?) y sabía que su dramática excursión valdría la pena al final. Todos los lugares que había conocido a su lado hasta ahora habían sido geniales de explorar y no tenía dudas que este también lo sería.

La biblioteca municipal estaba ubicada, como Aurora lo había mencionado, a cinco minutos de la residencia Reyes. Estaba compuesta de tres edificios interconectados. Uno era un museo dedicado a la literatura nacional, y los otros dos, parte de la biblioteca en sí. Al entrar, la artista saludó a los bibliotecarios de la recepción como si ya fuera una vieja amiga de ellos. Sorprendida por su familiaridad, Alexandra se reservó a observar las interacciones con fascinación. Eso es, hasta que uno de ellos le preguntó:

—¿Y usted? ¿No se quiere sacar una tarjeta de membresía? Es gratis. Bueno, la tarjeta en sí cuesta como trescientos pesos. Pero no tenemos mensualidades. Y el proceso es bastante rápido.

—Okay... —ella dijo, tomada por sorpresa—. ¿Por qué no? Ya estoy aquí.

Le pagó las monedas al hombre, rellenó un poco de papeleo, y dentro de diez minutos recibió el rectángulo de plástico con su nombre y sus datos. Con eso en la mano, ella y Aurora subieron las escaleras —iluminadas por una luz neón azulada— y se saltaron la sección infantil del primer piso para llegar a la juvenil, en el segundo. Allí había otro escritorio, con más bibliotecarios. La artista los volvió a saludar y a presentarles a Alexandra. Otra vez, ella percibió la conexión especial de su amiga con aquel lugar y todos sus funcionarios. Parecían tener tanta intimidad que casi llegaban a ser una familia.

—Dices que eres antisocial, pero conoces a mucha gente por aquí.

—Es porque vengo muy a menudo. Y los del staff son bastante simpáticos. Es imposible no entablar amistad con ellos.

—Eso veo... —La atleta sonrió, mirando alrededor.

Los estantes de la sala a la que entraron eran bastante cortos en estatura, pero largos en extensión. Y por lo que veía, casi todos los libros ahí habían sido donados por los mismísimos miembros y visitantes de la biblioteca. Aurora la llevó hacia el sector donde estaban las novelas de su autor favorito, Alaister Marwood, y le enseñó la colección con un pequeño "ta-daa" y un movimiento cómico de sus manos.

En un breve instante, la rubia entendió por qué la chica amaba tanto aquel espacio. Era un verdadero tesoro, oculto en plena vista.

—Espera un minuto, ¡¿ya tienen a "Black Roses in the Graveyard"?! —Alex mantuvo un volumen bajo al hablar, pero su entusiasmo mezclado con frustración fue aparente—. ¡He estado buscando este libro por meses para comprarlo! ¡Pero ha estado agotado por doquier!

—Por eso mismo quería traerte aquí —La otra chica recogió el ejemplar y se lo entregó:— Sorpresa. Tienen tanto a este tomo, como a todos los tomos originales de "All The Good Things", publicados en 1995.

—¿Todavía es muy temprano para decir que te amo?

Aurora se rio y sacudió la cabeza.

—También te diría lo mismo si alguien me entregara un libro nuevo de Alaister, así que tranquila. Tú ve a leerlo por ahí... —Señaló a una zona con sofás, alfombras, sillas y sillones—. Mientras yo busco el ejemplar de "Strangers In Paradise" que me falta leer.

—Espera, eso me suena... ¿Por acaso son los cómics de Terry Moore?

La artista, al descubrir que la atleta también conocía a aquella obra en específico, exageró su pasmo y llevó una mano al pecho.

Blondie, a cada día que pasas me pruebas más y más que eres una mujer de cultura.

Ahora fue el turno de Alexandra de reírse y de pegarle un golpecito con el libro que sostenía.

—Tonta... Pero ¿en cuál tomo vas?

—En la mitad del tres.

—Oh, entonces todavía no lees "Strangers in Paradise XXV".

—No... ¿Por qué?

—No te daré spoilers, pero... prepara los pañuelitos.

—No, por favor dime que no matan a Katchoo, ¡la amo!

—Sé lo que le pasa, pero no te lo diré... —la rubia comentó con un aire travieso.

—Eres cruel Blondie.

—Lo sé. Ahora anda a buscar tu tomo. Quiero verte llorar cuando lo termines.

Aurora giró los ojos y se alejó, riéndose. Las dos se volvieron a unir cinco minutos más tarde, en el área de lectura. No había nadie más que ellas y dos chicas más viejas ahí, y el silencio del ambiente era bastante relajante.

Terminaron sentadas lado a lado en el sofá, con sus rodillas tocándose. Cada una estaba completamente inmersa en sus libros, al punto de perder la hora. Cuando Alexandra al fin levantó la cabeza, lo hizo por tener hambre. Ya era mediodía para entonces.

—¿Sabes si hay algún restaurante o café por aquí que esté abierto?

—Lo hay, pero justo hoy ando sin dinero.

—No hay problema, yo te cubro —la rubia afirmó—. Traje mi billetera conmigo. ¿Vamos a comer algo?

—¿En serio vas a pagar?

—Nada más justo, después de todos los favores que me has hecho.

—Okay... —Aurora sonrió, interesada. No se acostumbraba aún a ser tratada con mimos, pero no podía decir que la atención no le estaba gustando—. Hay un café a unas dos cuadras más abajo, al que a veces voy con Gio, que tiene opciones veganas en el menú. Lo menciono por tu problema con la lactosa.

—Vamos entonces.

—Solo pasemos por el mesón de informaciones antes de irnos, que quiero pedir prestado este libro.

—Yo también me llevaré el de Alaister. ¿Cuál es el plazo de devolución en todo caso?

—Una semana. Pero con cada día que pases sin devolverlo después de eso, tendrás que pagar doscientos cincuenta pesos de multa. Y el precio se va sumando con el tiempo.

—Dale... —Alexandra se levantó de su asiento y Aurora la siguió—. Entonces las dos podíamos venir aquí los martes juntas, ¿no?... Me gustó el lugar.

—¿No que los martes entrenas?

—No, los lunes, miércoles y jueves suelo hacerlo. Los martes los tengo libres.

—Ah... cierto.

—Puedes venir a verme, algún día... si quieres.

—¿A tu entrenamiento?

—Sí... —La atleta sonrió, mientras ambas comenzaban a caminar hacia las escaleras—. Conozco un rincón detrás de las gradas que es muy bueno para besarse a escondidas.

Aurora se rio y sacudió la cabeza.

—Acepto las dos propuestas. Pero solo porque tengo que practicar figura humana en movimiento, y verte correr me podría ayudar a dibujar un poco mejor. Además, venir a la biblioteca siempre es educativo.

—Ah, ¿solo por eso?...

—Sí —la morena afirmó, claramente bromeando—. No es porque quiero pasar más tiempo contigo, Blondie, para nada —Le dio un pequeño empujón con su hombro—. No tengas tan altas las expectativas. Mi coqueteo es meramente académico.

Alexandra, como pago por su falsa maldad, agarró el gorro de la sudadera de Aurora y se lo puso con un movimiento rápido y bruto. La chica reaccionó al segundo, pegándole una palmada en la mano. Las dos se rieron y bajaron las escaleras, fingiendo estar agarrándose a palos mientras descendían por los peldaños. Apenas al llegar a la planta baja dejaron su infantilidad de lado, pero con sus ropas arrugadas y los cabellos enmarañados, su cambio de actitud no sirvió de mucho.

Se arreglaron la apariencia al entrar a la fila del mesón. Rellenaron una papeleta entregada por uno de los bibliotecarios, confirmando el préstamo de sus libros, los metieron a sus mochilas y salieron afuera del edificio, al aparcamiento de bicicletas que tenía delante. Luego de desencadenar la suya, Aurora se subió a la misma junto a Alexandra, y ambas volvieron a pedalear bajo la lluvia —que ahora caía con menos peso y furia que por la mañana—.

Llegaron al pequeño café que la artista había mencionado bastante rápido. El negocio en sí estaba estrujado entre una panadería y una farmacia, y poseía un exterior oscuro, sin muchos carteles o decoraciones. Desde lejos, más parecía un bar que cualquier otra cosa. Pero al entrar, la barra llena de cafeteras de pistón doradas comprobaba que efectivamente no lo era.

Alexandra pasó primero, mientras Aurora se encargaba de encadenar su bicicleta a un poste de luz en la calle. Cuando las dos se reunieron, la atleta ya había avanzado bastante en la fila de clientes.

—¿Qué vas a querer?

—Tú estás pagando, tú escoges.

—Justamente porque estoy pagando estoy diciendo que puedes elegir lo que quieras.

—Pero el precio...

—No pienses en números.

—Dice la rica.

—¿Qué quieres? —Alex la cortó, con una voz más dominante.

Aurora suspiró y se dio por vencido:

—Un ristretto.

—¿Y para comer?

—Lo que sea.

—No tienen "lo que sea", lamento informarte.

—Algún sándwich está bien. Yo no me hago problemas, puedo comer cualquier cosa.

—¿Un croissant con queso y jamón para ti entonces?

—Como dije, sin problemas.

Alexandra giró los ojos y pidió una ensalada césar, un latte y un muffin para sí misma, más lo de Aurora. Las dos se sentaron en una mesita cercana a la entrada del café, al lado de una ventana.

—Comienzo a pensar que tienes una adicción a los dulces —La artista sonrió, señalando al producto en cuestión.

—Ahora ya sabes cuál es el camino a mi corazón —la rubia bromeó, mordiendo un pedazo del queque—. Hmf. Una delicia.

—¿De qué es? ¿Blueberry?

—Sip —Alex asintió—. Prueba —Y le estiró el panquecito, al que la escultora le dio una pequeña mordida. Al terminar de masticar, la atleta se inclinó adelante—. ¿Y?

—Está muy bueno... Creí que tendría peor sabor. Nunca comí un muffin de blueberry antes.

—Te perdías unos de los mejores placeres de la vida.

—Ahora sé que sí —Así que Aurora terminó de hablar, las dos pasaron un tiempo calladas, comiendo y viendo el ir y venir del café. El silencio no duró mucho, y fue interrumpido nuevamente por ella:— Entonces... primeras citas.

—Hm —La atleta tomó un sorbo de su late.

—¿Qué se supone que uno hace en una primera cita?

—Hablar, supongo.

—¿Sobre?

—Gustos, disgustos...

—Bueno, los gustos ya los tengo cubiertos. Abaddon, Alaister Marwood, el color rosado, muffins... —Aurora enumeró y Alex soltó una risa corta—. Los disgustos... tormentas, oscuridad, clases de artes...

—Y los gusanos.

—¿Perdón?

—Le tengo terror a los gusanos. Detesto la manera en la que se mueven —La deportista fingió tener un escalofrío—. Son horribles.

—Voy a tener eso en mente —La artista sonrió de una manera que prometía problemas, y la otra chica le dio una pequeña palmada de reproche en la mano.

—Ya, y qué hay de ti. Compartimos los mismos gustos por Abaddon y Alaister, pero... ¿qué más te gusta? Aparte de la exploración urbana y el arte.

—No lo sé... —Aurora respondió con total sinceridad—. No hago muchas cosas a parte de dibujar, esculpir y salir con Gio. La gran mayoría del tiempo estoy sola en mi casa, con mi perro... no hago muchas cosas.

—¿Y el Judo?

—Lo dejé el año pasado —ella confesó—. No tenía energías para seguir yendo.

Alexandra no necesitó preguntar por qué se sentía tan cansada, ya lo sabía.

Depresión.

—¿Y no has pensado en volver a practicarlo en el futuro?

—Sí, pero... no sé si me alcanzará el tiempo —Aurora bajó la mirada a su ristretto y luego se tomó un sorbo. Su tono preocupó a la atleta, pero ella no pudo hacerle más preguntas al respecto. La artista enterró sus propias palabras con una mentira:— Si entro al instituto técnico Gentileschi toda mi agenda estará llena.

—¿Cuáles son los requisitos para entrar ahí? Nunca me lo dijiste.

—Tengo que preparar un portafolio y pasar por la evaluación de tres profesores del instituto. Me juzgarán por composición, luz y sombra, figura humana, uso del color, creatividad... etcétera. La lista es bastante intimidante.

—Hm... Eso no suena tan grave. Pero creo que puedes entrar.

—Tengo que entregar un portafolio de 25 dibujos terminados, y un sketchbook de al menos 100 páginas, lleno. No he comenzado ninguno de los dos.

—¿Y qué te está deteniendo?

—¿Falta de creatividad?... ¿De ánimo?

Alexandra respiró hondo y de nuevo no encontró necesario indagar cuál era la fuente de ambos problemas.

—Entiendo cómo eso se siente... pero ¿te puedo dar un consejo? Solo hazlo. Solo dibuja lo primero que se te venga a la cabeza e inténtalo. No vas a completar ninguna carrera si jamás das el primer paso.

—Pero ahí está la cosa... No se me ocurre nada. Si tan solo mi mente fuera tan buena fabricando ideas para mis dibujos como lo es para inventarse angustias, todo estaría bien, pero...

—Entonces mira al mundo a tu alrededor, como ese día cuando fuimos al río y dibujaste esos pájaros. Seguramente alguna cosa te llamará la atención. Por ejemplo, ese tipo de ahí... —La atleta señaló a un hombre treintañero, sentado en la esquina con audífonos en sus orejas y un café negrísimo en la mano—. Se puso la camisa al revés y hasta ahora no se dio cuenta. O esa chica... —Ella apuntó con la cabeza a una muchacha que estaba en la fila de la caja—. Su cabello rojo es genial, pero es tan largo que se le enredó con los aretes. Además, sus calcetines son disparejos.

—¿Cómo te diste cuenta de todo eso, tan rápido?

—Estoy siempre pendiente de mis alrededores. Mi psicólogo dice que eso se debe a mi trauma, yo digo que se debe a mi sentido arácnido.

Aurora intentó no reírse y sacudió la cabeza, pero terminó fallando.

—¿Sentido arácnido? ¿En serio? —Al oírla, Alex se encogió de hombros y se bebió un sorbo de su latte—. Dale, Gwen Stacy de liquidación. Sabes, deberías disfrazarte de ella para Halloween, ahora que lo pienso.

—¿Y tú de quién? ¿Shego?

La artista llevó una mano a su pecho.

—Nunca me sentí tan halagada antes. ¿De verdad crees que me parezco a Shego?

—Sí, lo hago. Y ambas eran mi crush en la infancia, por si te interesa saber.

—Ah, ¿entonces quieres verme vestida de Shego por mero capricho?

—No dije eso...

—No, es válido... Pero, si quieres que me vista como tu crush para Halloween, tú tendrás que vestirte como el mío.

—¿Y quién es?

—Helga Sinclair.

—Y esa es...

El rostro de Aurora se morfó a uno de confusión.

—¿No has visto Atlantis?

—¿La película de Disney?

—Sí...

—No —Alexandra hizo una mueca—. Aún no.

—Oh, tenemos que cambiar eso hoy mismo. ¿Qué horas vendrá tu papá a buscarte a mi casa?

—A las seis.

—Tenemos tiempo entonces —La artista se apuró en devorar su sándwich y añadió, todavía masticando:— Tienefh que verlaf...

—Por tu entusiasmo, asumo que es buena...

—¡Una joya infravalorada!

Por primera vez en mucho tiempo, Aurora dejó que su lado nerd saliera a la luz del día sin contenerse ni detestarse por ello. Le dio toda una charla a la atleta sobre la producción de la película en sí, sobre su arte impecable, su animación, y lo poco apreciada que era. Alexandra la escuchó con atención durante todo su discurso, mientras terminaba de comerse su muffin y ensalada. No pudo evitar sentirse encariñada por este lado entusiasmado de Aurora, quien generalmente era bastante reservada, respondiendo a las preguntas de todos con respuestas grises y monosilábicas.

Y así que la conversación y su almuerzo terminó, volvieron juntas a la residencia Reyes, a ver la película que a ella tanto le gustaba. Al final, la rubia tuvo que concederle el punto, realmente era preciosa. Y era una pena que el público en la época de su estreno no le hubiera dado el valor que merecía.

—Lo único que no entiendo es cómo puede gustarte Helga cuando Kida existe —Alex señaló, terminando de comerse sus palomitas—. ¿Y Milo? Lo amé. Es perfecto.

—Creo que él fue uno de los únicos crushes masculinos que tuve en mi infancia, ahora que lo pienso —Aurora hizo una mueca de asombro.

—¿Únicos? ¿O sea que tuviste más de uno?

—¿Ya viste al papá de Aladdin? ¿Ese viejo guapo?

—Pfff —Alexandra se rio—. No, no... ¿sabes qué? No te voy a juzgar. A mí me gustaba el Profesor Utonio.

—¡Igual!... Y yo tengo la teoría de que él y Samurai Jack eran la misma persona.

La atleta la apuntó con los ojos bien abiertos y asintió.

—¿Cómo no me di cuenta de eso antes? ¡Son iguales!...

Ella no logró terminar de hablar. Su celular comenzó a tocar, y solo entonces se dio cuenta de que ya eran las seis de la tarde. Había pasado todo el día divirtiéndose con Aurora, y las horas se le habían ido volando. Su papá la llamó y le avisó que ya estaba yendo a buscarla.

—¿Y?

—El señor Mario estará aquí en quince minutos —Alexandra respondió, con un notable y repentino desánimo—. ¿Es malo que no me quiera ir? Tuve un día tan bueno contigo...

—Yo también tuve un muy buen día contigo.

—Toca repetirlo. Pronto.

—Sí... —Aurora suspiró y miró, por primera vez desde la mañana, a los labios de la rubia. Pero no hizo nada. Las ganas de besarla estaban ahí, y eran fuertes, pero su timidez más una vez le ganó a su deseo—. Definitivamente toca repetirlo.

Pero la atleta percibió la disputa entre su interés y su miedo. Y en un instante de impulsividad, decidió hacer algo al respecto. Dejó el táper con palomitas que sostenía a un lado, respiró hondo, agarró su mandíbula con su mano y la besó, con los ojos cerrados y el corazón golpeando la garganta.

Podía no aparentarlo por fuera, pero el tener más experiencia que Aurora en temas románticos no la volvió más segura de sí misma, para nada. Por dentro, también estaba llena de nervios. Solo hizo lo que hizo porque prefería tomar riesgos y arrepentirse de sus consecuencias después, a quedarse quieta por temor y perderse los mejores momentos de su vida. En ese aspecto ambas diferían. La artista se sentía cómoda en su zona de confort. Ella la detestaba.

Pero, para su alivio y satisfacción, el inicio del gesto motivó a Aurora a continuarlo. Y una vez sus labios encontraron un ritmo correcto en el que moverse, sus cuerpos se acercaron por instinto. De alguna manera, en su trance enamoradizo, una de las piernas de Alexandra rodeó a las de la artista en el sofá, y ella se terminó sentando en su regazo. Aurora la sujetó de la cintura con una mano, mientras la otra se enterraba en su cabello dorado y la traía aún más cerca de sí misma.

Solo se dieron cuenta de la particular posición que habían adoptado cuando el celular de la atleta volvió a sonar. Las dos lo miraron con cierta confusión, que se transformó en pánico, y luego en aceptación.

El señor Mario estaba afuera.

Alex tenía que irse.

—Creo que, ehm... papá ya llegó —la rubia se despegó de Aurora con una risa tímida—. Él me dijo que me llamaría cuando lo hiciera.

—Te acompaño a la salida.

Alexandra recogió sus cosas y caminó hacia la puerta. Aurora recogió las llaves, las metió al cerrojo y...

Espera.

No.

No la dejaría irse de su hogar sin antes darle un último beso. La interrupción del celular fue terrible. No podía terminar su día así. No podía encerrar aquel precioso capítulo que habían escrito en conjunto con un final tan decepcionante y anticlimático.

Que se jodiera su ansiedad. Su temor. Su angustia. No podía vivir para siempre restringida por ellas. Su zona de confort podría ser maravillosa, pero también era una prisión. Y necesitaba ser libre. Al menos por un minuto.

Por lo que se dio la vuelta y —sabiendo que las cortinas que cubrían las ventanas de su casa las protegerían de ser vistas— juntó sus labios una última vez. Alexandra, con ambas manos ocupadas cargando sus pertenencias, solo pudo inclinar su cabeza adelante una vez sus bocas se separaron, como si quisiera seguir besándola por horas y horas, sin parar.

—Ahora sí —Aurora corrió sus dedos por sus labios, secándolos—. Ese fue un beso de buenas noches digno. Ahora te puedes ir.

La atleta, tan complacida por el gesto que llegó a desorientarse, lentamente sonrió, divirtiéndose con su propio pasmo.

—Realmente espero que te aparezcas por las gradas mañana —Pensó en voz alta—. Porque quiero continuar con esto.

—Veremos —la morena contestó con un guiño, y al fin le abrió la puerta.

————

Nota de la autora: Hola, soy yo de nuevo ^^ Espero que les gusten las dos canciones del capítulo. Muchas cosas pasaron en él, así que decidí incluir a ambas para cambiar la energía de las escenas jeje.

Paso aquí abajo también para enseñarles el lugar que inspiró a la biblioteca sobre la que escribí: la Biblioteca de Santiago.

La conocí por un amigo allá por los 2018 y aunque ya no vivo en la capital, hasta hoy amo ese lugar y tengo muy buenos recuerdos ahí.

Además, fue donde descubrí los cómics de Terry Moore (que sí son reales) y después los pude recomendar a "Alex" 😂.

(La dinámica de Katchoo y Francine es muy parecida a la que teníamos, de hecho).

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